Conversaciones íntimas de ascensor
Desde que llegué a Madrid todos los días, ya sea para el trabajo como para ir a casa, tengo que coger varios ascensores (bueno, tener tener no tengo que, sólo que subir 10 pisos a las 9 de la mañana me da pereza) y para una persona que tiene en su naturaleza el observar el comportamiento de la gente como yo muchos viajes resultan muy entretenidos. Aunque la mayoría de la gente cuando entras o cuando entran te saluda, a todos se les nota la incomodidad que les supone ir en un espacio cerrado, más cuando hay mucha gente en el ascensor y su espacio personal se ve invadido. Algunos miran hacia el suelo o un punto indeterminado, resignados. Otros, para que la cosa sea más llevadera, se dedican a dar conversación, aunque sólo te conozcan de vista. Cualquiera diría que es por amabilidad, pero suele ser para romper una situación tensa. Hay gente que hablando se tranquiliza y se siente más segura. Pero me voy por las ramas psicológicas, y eso no es lo que quería contar. Lo que quería decir era sobre esos grupos de amigos o compañeros de trabajo que se meten en los ascensores y empiezan a contar intimidades como si allí no hubiese nadie. Hay gente que en el ascensor (también hay alguno que en los transportes públicos) no sabes porque, pero empiezan a contar que si les duele la almorrana o que si se está separando de su marido porque ella le ponía los cuernos y se ha enterado. Y a ti te da ganas de decirle "señora, que no me importa su puta almorrana, no me de el viaje" o "¿los cuernos se los ha puesto con un ciego, no?". Porque además sueltan todo a viva voz, hala, alegría, así no les hace falta un psicólogo. Y claro, al día siguiente, cuando te los vuelves a encontrar, si les dices "buenos días, ¿qué tal la almorrana?" te miran mal y se mosquean. Encima que te preocupas por su salud... claro, pero peor es decirle que si su marido estaba tomando calcio para los cuernos.
0 comentarios