Un Día Cualquiera -- Capítulo 13
Entré en el salón y no había nadie. Busqué por el resto del piso, pero mi misteriosa sanadora no estaba. Recogí mis cosas y me senté en el sillón, esperando que apareciese. Se hizo de noche y no sólo no apareció nadie, sino que el dolor en el hombro se agudizó hasta hacerse casi insorportable. Sin duda, había desaparecido también de mis venas las drogas que mitigaban el dolor. Revisé mi herida, que había evolucionado de un cráter negruzco y supurante ha una herida normal, la limpié como pude y esperé. Esperé hasta que el dolor remitió y entonces me quedé dormido.
Al día siguiente nada había cambiado; seguía sin aparecer nadie, aunque yo me encontraba mucho más fuerte que el día anterior. Reflexioné mientras comía los restos de comida que quedaban por la cocina y decidí que no podía seguir esperando. Dispuse mis armas por el cuerpo, y me deshice de casí todas las demás cosas, excepto el mapa, los prismáticos y un mechero. Cuando me dispuse a salir un espejo en el armario del recibidor me devolvió una imagen alienada de mi mismo. Allí estaba yo, con unos pantalones vaqueros sucios y rotos por la zona de los gemelos, una camiseta aun más rota y llena de sangre por el lado izquierdo, y colgando por la espalda y por mis costados, un daisho, el machete en la pantorrilla y las armas de aire comprimido... necesitaba algún arma de fuego de verdad. Tiré la armas de mentira y salí a la calle otra vez, dispuesto a enfrentarme de nuevo con el apocalipsis...
Al día siguiente nada había cambiado; seguía sin aparecer nadie, aunque yo me encontraba mucho más fuerte que el día anterior. Reflexioné mientras comía los restos de comida que quedaban por la cocina y decidí que no podía seguir esperando. Dispuse mis armas por el cuerpo, y me deshice de casí todas las demás cosas, excepto el mapa, los prismáticos y un mechero. Cuando me dispuse a salir un espejo en el armario del recibidor me devolvió una imagen alienada de mi mismo. Allí estaba yo, con unos pantalones vaqueros sucios y rotos por la zona de los gemelos, una camiseta aun más rota y llena de sangre por el lado izquierdo, y colgando por la espalda y por mis costados, un daisho, el machete en la pantorrilla y las armas de aire comprimido... necesitaba algún arma de fuego de verdad. Tiré la armas de mentira y salí a la calle otra vez, dispuesto a enfrentarme de nuevo con el apocalipsis...
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