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Güebona bitácora más que peich...

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 4

No quería estar más tiempo en aquel lugar. A pesar de estar curtido ya con la muerte, estar al lado de aquel avión me recordaba la fragilidad de la vida. Me alejé encaminando mis pasos hacia el norte.

 

Llegué hasta la carretera que llevaba al embalse. ¿Me atrevería a subir? También podía bajar hacia el pueblo. Algo en mi mente me dijo que no lo hiciese, que subiese al embalse. Evitando la carretera, pero teniéndola siempre a la vista, comencé a correr por el bosque, en dirección al embalse.

 

La subida era dura en algunos sitios, sobretodo en los tramos que tenía que escalar para evitar la carretera, aunque llegué a la parte alta sin excesivos problemas. Desde la distancia a la que me encontraba divisaba  el valle y el lago artificial. No veía movimiento, así que continué hacia delante.

 

El paisaje era espectacular; abajo se divisaba el pueblo, escondido entre los árboles y la maleza que empezaba a invadirlo gracias a que no había actividad humana,  y el resto del frondoso bosque, con un pedazo sin vegetación, donde se encontraba el avión. Más allá, oculto tras una pequeña montaña, se encontraba mi refugio. Y el paisaje que se divisaba hacia el otro lado no era menos espectacular. Conforme avanzaba, se descubría el lago, cuya superficie reflejaba como un espejo las cimas de las montañas que lo bordeaban, cimas que mostraban ya las primeras nieves del año. El bosque, frondoso y de colores verdes y cobrizos, partía de las orillas hasta las zonas nevadas. Era hermoso, una visión que me impresionó gratamente el primer invierno que descubrí la zona. Un lugar de armonía perfecta, excepto por el campamento.

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