Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 8
Desperté en un campamento de salvajes, en medio de la montaña. Estaba dentro de un tosco agujero, con tres de personas más. En ese momento aún no sabía que se llamaban Don, Ana y Fran. Ahora sólo veía a dos jóvenes de unos 25 años y a un hombre de unos 40, bastante sucios y con la desesperación marcada en sus facciones. En el agujero también había unos huesos humanos y de otras bestias que habían tenido la desgracia de cruzarse con los salvajes. Sin mediar palabra, me dirigí al amasijo de huesos y cogí un fémur en bastantes buenas condiciones, totalmente desprovisto de cualquier resto de carne. Ya tenía un arma, tosca sin duda, pero un arma al fin y al cabo.
El sonido de unos pasos chapoteando en el agua y la mierda que tenía como suelo aquel hoyo hizo que me girará, viendo a la mujer acercarse vacilante. Paró cuando vio el hueso en mi mano, aunque siguió mirándome intrigada. Antes de que abriese la boca le pregunté que quien era y que hacia aquí. Ella me contestó en mi idioma, aunque con un fuerte acento extranjero, que se llamaba Ana y que había sido capturada, junto a sus compañeros, por los Salvajes. Al parecer, la comida escaseaba cerca del campamento donde vivía con otros supervivientes y tuvieron que internarse en el territorio de unos seres que llamaban los Salvajes, y los que veía ahora eran los últimos supervivientes de la expedición, y que quedaba poco tiempo antes de que sacasen a otro de la jaula para devorarlo. Luego empezó a preguntar por mi historia, pero di evasivas, concentrado en descubrir una forma de escapar de allí.
Era un hoyo de unos cinco metros de profundidad y bastante escarpado, pero no para no poder escalarlo con las manos desnudas, aunque en el proceso era bastante fácil perder alguna uña o caerse, como había pasado ya a Don, como me señaló el mismo cuando pregunté si alguien había intentado escalar por la pared, torciéndose el pie al caer. Sin duda un contratiempo para sacarle de allí, pero no me importaba sacarle, sólo quería salir yo. Después de pensar un breve espacio de tiempo, se me ocurrió usar los huesos más afilados y resistentes para escalar la pared. Cogí unos cuantos y empecé a clavarlos en las grietas y en los puntos más blandos de la pared. A pesar de que muchas veces se resbalan y amenazaban con romperse, escalar la pared fue menos costoso de lo que en principio había parecido. Sólo un esfuerzo más y….
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