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Güebona bitácora más que peich...

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 10

Algo pasó cerca de mi y me sacó de mis recuerdos para volver a la realidad. Un enorme salvaje, armado con un garrote tan grande como mi pierna, se deslizaba sigilosamente, cerca de mi posición, hacia el fortín. Parecía que iba a ser un asalto en toda regla al campamento. Por mi derecha distinguí a dos más. Luego, en silencio y lentamente, observé hacia todos los lados y descubrí a un número que oscilaba entre 15 y 20 por la zona donde yo me encontraba. Malo. No tardaría alguno en acercarse a mi posición y mirar para donde yo estaba. Me quedé sin moverme durante un tiempo que se me antojó interminable, maldiciendo mil veces mi falta de previsión al no traer más arma que un cuchillo. Los salvajes siempre atacaban por la noche, así que me tendría que esperar a que empezase el ataque para poder escabullirme. Sólo era cuestión de tener suerte y esperar.

 

Seguí en mi posición, mientras veía como los salvajes se posicionaban. Nunca había visto tantos, de hecho, según lo que me habían contado y mi propia experiencia repeliendo un ataque en el campamento solían atacar en grupos de entre siete y veinte, nunca tantos. En la ladera de la montaña donde me encontraba contaba a treinta, y en las cercanías del campamento había por lo menos quince a cada lado. Era como si de repente varias de las tribus que vivían en las montañas se hubiesen unido para hacer frente a un enemigo común. Y eran demasiados para que el campamento sobreviviese. Por mi perfecto, la mayoría de los del campamento no merecían vivir, aunque… si había gente que lo merecía. Intenté deshacerme de la imagen de Ana, de Leroy, de Gustav, de Angie... devorados por los salvajes. Pero, ¿qué podía hacer yo sin armas? Ni siquiera avisarles les salvaría. No, lo mejor sería irme cuando estuviesen en medio de la batalla. Aunque ello acabaría con lo poco que me quedaba de humanidad. Mientras me debatía en que hacer, las horas pasaban y empezó a caer la noche, el momento perfecto para atacar. Los salvajes empezaron a moverse inquietos y a gruñir, y tras un grito de guerra proferido por el gigante que me había sacado de la ensoñación anteriormente, cargaron hacia el campamento…

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