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Güebona bitácora más que peich...

Invierno en el jardín de La Parca -- Capítulo 19

El corazón se me salía del pecho cuando le vi cargar con un grito hacia los salvajes, volteando el garrote por encima de su cabeza. Los salvajes reaccionaron cargando también con gritos desordenados. Aunque lo más sorprendente fue cuando vi a algunos refugiados, hombres y mujeres que hasta ese momento habían aceptado morir, cargando y gritando tras aquel asesino, sucio y violento. Entonces, mientras el primer salvaje caía al encontrarse con un garrotazo que le hizo volar dos metros. Recibió un par de golpes, pero avanzaba a través de los salvajes como una perfecta máquina. Los primeros refugiados llegaron a la altura de la batalla y empezaron a luchar como nunca habían luchado hasta ese momento. Y me vi a mi misma corriendo y gritando hacia un salvaje, armada con un machete y lanzando machetazos a diestro y siniestro. Me hirieron en varias ocasiones pero no me importaba. Vi caer a unos cuantos refugiados, pero vi caer a más salvajes. Aun así, no parecía que acabase nunca la batalla. De repente un salvaje apareció de la nada por un lado y se abalanzó encima mío, con tanta fuerza que nos hizo caer a los dos y me dejó desarmada. Por suerte, Quentin me había seguido en la carga y, cogiendo al salvaje por la espalda, lo apartó de mí. Alargué mi mano hacia el machete, lo aferré y asesté una estocada al salvaje en la parte baja del estómago, cortando hacia la derecha con un rápido movimiento que dejó al colgando sus vísceras. Torcí el gesto con repulsión, pero no dudé y continué cortando hasta que el salvaje perdió fuerza y Quentin pudo soltarle. Giré sobre mi misma y vi como se desarrollaba la batalla. Juan estaba en el suelo, con un brazo que parecía roto, pero Vanesa, Carlos y Jim le rodeaban y se enfrentaban a cinco salvajes. Más allá veía a Leroy y Jenny, dando buena cuenta de un salvaje. Pero en cabeza seguía él, luchando contra cuatro salvajes. Estaba lleno de heridas y magulladuras, aguantando y luchando por su vida. Un golpe por detrás, que a cualquiera le hubiese hecho doblarse de dolor, el lo aguantó estoicamente, se giró y, cogiendo con una mano el brazo derecho del salvaje y con la otra el cuello, tiró del brazo con tal fuerza que se lo desencajó del sitio. Otro salvaje le golpeó la cabeza, pero tampoco pareció sentirlo y, antes de que pudiese volver a repetir el golpe, el salvaje estaba caído con el cuello roto. Dios, ¿de qué estaba hecho ese hombre?

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