Un Día Cualquiera -- Capítulo 18
Desperté pronto, al amanecer. Me desperecé y, tras comprobar mi equipo, salí de la sala y de la comisaría. Seguía nublado, y caía una llovizna que apenas mojaba. No había muertos en la calle, así que con tranquilidad empecé a caminar en dirección al centro.
Llevaba un buen rato caminando, habiéndome parado sólo a reponer mis víveres y a desayunar unos bollos que aun no se habían puesto malos, cuando de pronto escuché algo que se acercaba por una calle lateral. Me quedé quieto y apunté hacia la esquina con la escopeta. Esperé. Una sombra se perfiló en la esquina. Noté como todo mi cuerpo se tensaba y como se me aceleraba la respiración. La sombra se disipó y vi a un chaval de unos 16 años, que llevaba una camiseta con salpicaduras de sangre y un bate de béisbol en su mano derecha, cuyas manchas de color rojo oscuro daban muestras de que había sido utilizado. Al verme se asustó visiblemente, soltando el bate y levantando las manos. Desde luego, pensé, encontrarse en medio de aquel infierno a un tipo como yo, un arsenal andante con la ropa llena de sangre. Le dije que se tranquilizase, que no le iba a hacer nada malo, y el me dio la callada como respuesta. Lentamente, cogió algo de una riñonera que llevaba y lo sacó con cuidado. Era un cuaderno. Empezó a escribir algo y cuando acabó, me lanzó la libreta por el suelo. Sin perder en ningún momento de vista al chaval, me agaché y recogí la libreta con una mano, mientras con la otra aguantaba la escopeta apuntándole. Levanté la libreta a la altura de los ojos y empecé a leer. "Me llamó Edgar y soy mudo. Déjame seguir, por favor". Bajé la libreta y me acerqué a él. Edgar se estremeció, pero al ver que bajaba el arma y le tendía la libreta se tranquilizó. Luego le dije mi nombre y le invité a seguir conmigo. Edgar sonrió, con una sonrisa sincera y realmente alegre, y, tras recoger el bate, me siguió en mi periplo hacia el centro de la ciudad.
Llevaba un buen rato caminando, habiéndome parado sólo a reponer mis víveres y a desayunar unos bollos que aun no se habían puesto malos, cuando de pronto escuché algo que se acercaba por una calle lateral. Me quedé quieto y apunté hacia la esquina con la escopeta. Esperé. Una sombra se perfiló en la esquina. Noté como todo mi cuerpo se tensaba y como se me aceleraba la respiración. La sombra se disipó y vi a un chaval de unos 16 años, que llevaba una camiseta con salpicaduras de sangre y un bate de béisbol en su mano derecha, cuyas manchas de color rojo oscuro daban muestras de que había sido utilizado. Al verme se asustó visiblemente, soltando el bate y levantando las manos. Desde luego, pensé, encontrarse en medio de aquel infierno a un tipo como yo, un arsenal andante con la ropa llena de sangre. Le dije que se tranquilizase, que no le iba a hacer nada malo, y el me dio la callada como respuesta. Lentamente, cogió algo de una riñonera que llevaba y lo sacó con cuidado. Era un cuaderno. Empezó a escribir algo y cuando acabó, me lanzó la libreta por el suelo. Sin perder en ningún momento de vista al chaval, me agaché y recogí la libreta con una mano, mientras con la otra aguantaba la escopeta apuntándole. Levanté la libreta a la altura de los ojos y empecé a leer. "Me llamó Edgar y soy mudo. Déjame seguir, por favor". Bajé la libreta y me acerqué a él. Edgar se estremeció, pero al ver que bajaba el arma y le tendía la libreta se tranquilizó. Luego le dije mi nombre y le invité a seguir conmigo. Edgar sonrió, con una sonrisa sincera y realmente alegre, y, tras recoger el bate, me siguió en mi periplo hacia el centro de la ciudad.
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