Invierno el jardín de La Parca - Capítulo 9
Alcancé la salida cuando ya había bajado el sol y la oscuridad se adueñaba de todo. Escuchaba a Ana, Fran y Don susurrarme que les sacase mientras observaba agachado a mi alrededor. Un par de salvajes parecían montar guardia en el primitivo campamento, pero no cerca del agujero. Las construcciones eran poco más que cuatro troncos amontonados y un techo de ramas entrelazadas, y no eran más de diez casas. Agucé mi oído y, después de ignorar los susurros que salían del agujero apremiándome a que les sacase de allí, me puse a escuchar. No parecía que hubiese nadie despierto, a excepción de los guardias, así que empecé a deslizarme sigilosamente en dirección al bosque. Desde lo de Edgar había decidido no volver a hacerme cargo de nadie, y eso iba a hacer.
Una flecha ardiente cruzó el cielo nocturno, impactando en una de las casas de los salvajes. A esa les siguió unas cuantas más y, antes de que nadie pudiese reaccionar, vi como uno de los guardias caía muerto atravesado por una flecha mientras otro era atacado por una sombra que había salido del bosque. Al mismo tiempo, otras sombras salieron alrededor del campamento, corriendo con antorchas e incendiando todas las casas por donde pasaban. En aquel caos, una de las sombras se dirigió hacia mi enarbolando un garrote. Antes de que pudiese armar su brazo para golpearme, lancé una patada directa a su plexo, lo que hizo que su arma se deslizase de su mano. Cuando el salvaje se recuperó del golpe, ya tenía el garrote en mis manos y observó estúpidamente como le hundía la cabeza con el. Cerca había una de las sombras del bosque, dándome cuenta de que era un ser humano normal y corriente, armado con un machete. No hice ningún ademán amenazante, aunque estaba preparado para atacarle. El me miró y me preguntó donde estaban los otros, a lo que contesté señalando el pozo. Sin dejar de mirarme, llamó a dos personas, Quentin y Leroy, y después de decirme con un tono amenazante que no me moviera, fue hacia el agujero con los otros.
El campamento había sido arrasado en menos de cinco minutos y de los habitantes sólo quedaban los muertos, si bien alguno había conseguido escapar. Los atacantes, once personas, se encontraban prácticamente en perfectas condiciones, sólo unos cuantos con heridas superficiales, ya que los salvajes estaban en su mayoría demasiado aturdidos como para poder plantarles cara. Observaba como sacaban a los prisioneros recostado en un árbol. Cuando sacaron a la chica se fundió en un beso con el que parecía el líder, el tipo que me había dicho que no me moviese. Al acabar, y tras hablar un momento, el mayor de los prisioneros, Fran, me localizó y señaló. Las cabezas se giraron y vi como el jefe decía algo y, seguido de los llamados Quentin y Leroy, se dirigió hacia mi…
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