Un Día Cualquiera -- Capítulo 21
Vuelo por el aire. Me estrello en el suelo. La katana se desliza de mi mano y se aleja un par de metros de mi lado. ¿Qué me ha golpeado? Miro hacia el lugar donde estaba antes y veo a un ser de al menos dos metros de altura. En sus manos lleva un trozo de madera, y la balancea mientras se acerca hacia mí. Por su posición me ha desplazado unos dos metros. Esta muerto, pero no parece un muerto normal. Sus movimientos son más suaves y rápidos. Y sus ojos, su mirada, parecen poseer un brillo de inteligencia. Se abalanza hacia mí mientras levanta el palo por encima de su cabeza, para bajarlo con fuerza descomunal hacia mi posición. Por suerte, ya no estoy cuando el golpe hace que el palo se rompa contra el suelo. En mi mano ya sujeto la katana y miro de soslayo a Edgar. Parece que ha conseguido zafarse del zombi y ha recuperado la pistola. ¡ZHOOSSH! Esquivo el arma astillada de mi adversario, que pasa a pocos centímetros de mi cabeza y lanzo una estocada a su cuerpo. Sajo carne, pero no le para lo más mínimo y con su mano libre me golpea en la cara. El golpe me hace trastabillar, pero no siento dolor y vuelvo a lanzar otro golpe, esta vez a la pierna. Corto todos los músculos y tendones, lo que hace que tropiece y pierda ligeramente el equilibrio durante unos segundos, tiempo que le resulta mortal, ya que cuando se recupera mi espada atraviesa su mandíbula y sigue su camino hasta su cerebro. Me mira con sus ojos brillando de odio, antes de apagarse cuando deslizo mi arma fuera de su cráneo. Miro hacia Edgar. Sostiene su pistola temblando. Ha acabado con el muerto que le amenazaba, pero veo su brazo destrozado por los mordiscos y me pregunto si podrá continuar la marcha.
Intento tranquilizar a Edgar, que se pone a llorar, y empiezo a curarle el brazo de la mejor manera que puedo. Al final consigo pararle la hemorragia, y hago que se levante. La herida es menos grave de lo que parecía el principio, sólo son desgarros superficiales, y el golpe que había recibido parece que no ha roto nada, así que en cuanto Edgar se ve con fuerzas continuamos el viaje. Por mi parte tampoco tengo roto nada y los golpes no me han producido dolor alguno, lo cual me resulta muy extraño.
Intento tranquilizar a Edgar, que se pone a llorar, y empiezo a curarle el brazo de la mejor manera que puedo. Al final consigo pararle la hemorragia, y hago que se levante. La herida es menos grave de lo que parecía el principio, sólo son desgarros superficiales, y el golpe que había recibido parece que no ha roto nada, así que en cuanto Edgar se ve con fuerzas continuamos el viaje. Por mi parte tampoco tengo roto nada y los golpes no me han producido dolor alguno, lo cual me resulta muy extraño.
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