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Güebona bitácora más que peich...

Invierno en el jardín de La Parca -- Capítulo 26

Al girar el corredor de roca me encontré de cara con Angie y nos quedamos un rato mirándonos. No se que le pasaba a ella por la cabeza, pero a juzgar por su expresión perpleja no debía esperar que me recuperase tan pronto. Yo, por mi parte, debía tener una expresión parecida. Desde luego, entre todos mis posibles salvadores no esperaba ser rescatado por aquella estirada inglesa con la que no había cruzado una sola palabra en mi estancia en el maldito campamento. Desde luego, en la escaramuza de los Salvajes había demostrado tener más redaños que muchos de sus compañeros, pero ¿salir sola en pos de alguien como yo? En fin, la vida me seguía dando sorpresas. Unas dudas más apremiantes asaltaron mi mente y fue lo primero que salió de mi boca:

 

 -¿Cómo has conseguido traerme aquí? ¿Y cómo sabías cual era mi refugio? .- Está última la dije con un tono más amenazador del que quería. Ella dudó durante un breve lapso de tiempo y me preguntó si no me acordaba. Al negar con la cabeza me contó como había salido a buscarme y como había seguido al lobo hasta donde yacía malherido. Tras examinar toscamente mis heridas intentó levantarme un par de veces, hasta que parece ser que recuperé levemente la consciencia y gracias a eso había conseguido levantarme y, según sus propias palabras, arrastrarme siguiendo al lobo hasta la caverna. Luego se entretuvo, más animadamente, a contar como había subido escalando para, una vez arriba, lanzar la cuerda y así poder alzarme gracias a la polea hasta la parte de arriba. Mientras me contaba todo señalaba cosas como la plataforma que usaba para alzar cosas y que usó para alzarme, y yo me dirigí hacia la salida y observé la nada despreciable escalada que había realizado ayudada sólo de sus manos. Más tarde sabría que en sus ratos libres a Angie le gustaban los deportes de riesgo y la escalada en particular, pero entonces me impresionó lo que había hecho para salvarme la vida. Cuando acabó su relato del rescate, y con el lobo sentado en la entrada de la caverna, pues me había seguido, le dije que se sentará y, después de haberle dado las gracias, le empecé a relatar, no se muy bien por que, todos mi verdad e historia, desde mi verdadero nombre (le conté que Niemand significaba Nadie en alemán, como el Nemo de Julio Verne) hasta todo lo que me había pasado desde aquel día que no encontraba a nadie por la calle, poniendo especial hincapié en el asunto de Edgar, el mordisco del zombi, la mujer negra, el francotirador y los sacrificios. Ella asimilaba mi historia bastante bien, aunque en muchos momentos aterrada al imaginarse la situación. Cuando acabé cenamos en silencio, para proseguir con la historia de ella...

 

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