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Güebona bitácora más que peich...

El Serial

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 8

Desperté en un campamento de salvajes, en medio de la montaña. Estaba dentro de un tosco agujero, con tres de personas más. En ese momento aún no sabía que se llamaban Don, Ana y Fran. Ahora sólo veía a dos jóvenes de unos 25 años y a un hombre de unos 40, bastante sucios y con la desesperación marcada en sus facciones. En el agujero también había unos huesos humanos y de otras bestias que habían tenido la desgracia de cruzarse con los salvajes. Sin mediar palabra, me dirigí al amasijo de huesos y cogí un fémur en bastantes buenas condiciones, totalmente desprovisto de cualquier resto de carne. Ya tenía un arma, tosca sin duda, pero un arma al fin y al cabo.

 

El sonido de unos pasos chapoteando en el agua y la mierda que tenía como suelo aquel hoyo hizo que me girará, viendo a la mujer acercarse vacilante. Paró cuando vio el hueso en mi mano, aunque siguió mirándome intrigada. Antes de que abriese la boca le pregunté que quien era y que hacia aquí. Ella me contestó en mi idioma, aunque con un fuerte acento extranjero, que se llamaba Ana y que había sido capturada, junto a sus compañeros, por los Salvajes. Al parecer, la comida escaseaba cerca del campamento donde vivía con otros supervivientes y tuvieron que internarse en el territorio de unos seres que llamaban los Salvajes, y los que veía ahora eran los últimos supervivientes de la expedición, y que quedaba poco tiempo antes de que sacasen a otro de la jaula para devorarlo. Luego empezó a preguntar por mi historia, pero di evasivas, concentrado en descubrir una forma de escapar de allí.

 

Era un hoyo de unos cinco metros de profundidad y bastante escarpado, pero no para no poder escalarlo con las manos desnudas, aunque en el proceso era bastante fácil perder alguna uña o caerse, como había pasado ya a Don, como me señaló el mismo cuando pregunté si alguien había intentado escalar por la pared, torciéndose el pie al caer. Sin duda un contratiempo para sacarle de allí, pero no me importaba sacarle, sólo quería salir yo. Después de pensar un breve espacio de tiempo, se me ocurrió usar los huesos más afilados y resistentes para escalar la pared. Cogí unos cuantos y empecé a clavarlos en las grietas y en los puntos más blandos de la pared. A pesar de que muchas veces se resbalan y amenazaban con romperse, escalar la pared fue menos costoso de lo que en principio había parecido. Sólo un esfuerzo más y….

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 7

Fui interceptado por el garrotazo de un cuarto que no había visto y que se estrelló contra mi pecho, haciéndome retroceder un par de pasos. El primer atacante se había repuesto del fallo y lanzó un tercer garrotazo hacia mi, esta vez en trayectoria circular desde la derecha. Intercepté su brazo y lancé mi cuerpo hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio y poniéndole en la trayectoria del segundo garrotazo del cuarto salvaje. Éste se estrelló en la espalda con mucha fuerza e hizo que mientras uno se estrellaba contra el suelo, el otro mirase perplejo como había fallado. Aproveché la situación y, tras recuperar el equilibrio, lancé un puñetazo a la cara lateralmente, que impacto contra su nariz,  crujiendo al romperse. Un tercer atacante (uno de los que iban con las manos desnudas)   se me abalanzó por el lateral, pero no llegó a tocarme, ya que una patada dirigida al plexo solar le hizo volar, cayendo sin aire. El cuarto, también en plenas facultades, vio mi maniobra y se lo pensó mejor, empezando una maniobra que tenía como finalidad ponerse detrás de mí. Volví  a golpear al de la nariz rota con una patada no demasiado refinada dirigida a su cabeza y  me di la vuelta hacia mi cuarto atacante, mirándole a los ojos mientras pateaba con saña a mi primer atacante, aun en el suelo aturdido por el golpe en la espalda.

 

Entonces pasó, una piedra golpeó mi cabeza y me hizo trastabillar. El cuarto atacante se lanzó encima de mí arrastrándome al suelo con el peso de su cuerpo. Un pie,  salido de algún lado,  se estrelló contra mi boca, haciéndome estallar el labio. A pesar de no sentir dolor, lo siguiente que recuerdo fue una lluvia de golpe y garrotazos, salidos de todos lados, que acabaron por dejarme fuera de combate. En el momento que perdía el sentido, lo único que sentía era paz…

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 6

Seguí observando el campamento durante una hora. Era agradable ver actividad humana, después de tanto tiempo sin ver a gente viva. Un movimiento rápido, una sombra en los árboles, distrajo mi atención del campamento. Bajé el catalejo e intenté avistar al oso o el animal que fuese que había captado de soslayo.  Mmm… ahí había algo. Apunté el catalejo hacia la sombra.

 

Lo primero que vi fue la tosca cabeza del Salvaje. Tenía el largo pelo sucio y greñudo, de un color negro. Su rostro no era visible por la posición en la que me encontraba respecto a él, pero eso era algo que agradecí. Me lo imaginaba jadeando, con los ojos inyectados en sangre,  con esa mueca horriblemente desencajada que mostraba todo miembro de esa maldita especie… aunque no era correcto decir que era otra especie. Sin duda, antes habían sido humanos normales, pero algo, posiblemente lo mismo que hizo que los muertos se levantasen, les afectó la mente, convirtiéndoles en seres sin cerebro con el único propósito de matar y comerse a todo ser vivo que se cruzará en su camino.

 

Recordaba la primera vez que los vi, al poco de instalarme en la cueva. Fue en uno de mis primeros paseos matutinos, justo cuando descubrí el avión. Al principio no los descubrí, escondidos como estaban, sin duda alertados de mi poco cuidadoso paso. Mientras examinaba los restos y me encontraba con los cadáveres parcialmente devorados, me asaltaron por detrás. Por suerte, sólo son sigilosos hasta que van a atacar, momento que suelen anunciar con un grito. Gracias a eso, el primero sólo golpeo mi hombro en lugar de hundirme la cabeza con el garrote. Detrás, un segundo y un tercero se abalanzaban con las manos desnudas, tan cegados por las ganas de matar que tropezaron entre ellos. Como hoy, mi única arma era un cuchillo que no me daba tiempo a sacar, así que aprovechando mí adquirida inmunidad al dolor me aparte de un brinco a la derecha mientras el salvaje volvía a descargar, en un torpe movimiento, el garrote donde debía tener la cabeza. Salté hacia delante y…

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 5

Allí estaba. En la orilla más septentrional, unas cabañas construidas con diferente maestría  -¿había una cabaña nueva?- alrededor de una tosca empalizada me hicieron recordar que debía extremar mis precauciones. En esos momentos echaba de menos llevar una pistola, aunque era mejor así. No quería que un arma de fuego pudiese caer en aquellas manos.

 

Subí la montaña con pasos lentos y al amparo del bosque, hasta el que se convirtió en mi primer puesto de observación. Entre aquellos matorrales y con la enorme sombra de la montaña encima de mí no producía ningún tipo de reflejo. A pesar de que no era mi intención en un principio subir hasta el lago, como siempre llevaba encima un catalejo lo saqué  y observé.

 

Había un par de embarcaciones en la orilla, una similar a una balsa y otra tenía un aspecto más sofisticado, siendo una especie de catamarán destartalado. Las obras del muelle parecían no haber prosperado, y estaba como la última vez. Más allá estaba la empalizada, de unos tres metros de altura. Las puertas estaban cerradas, pero desde mi posición elevada eso me daba lo mismo para la observación del interior.

 

Sí había una cabaña más, más grande que las otras. ¿Un salón común? ¿Un almacén? Ya me enteraría. No veía movimiento. Raro, teniendo en cuenta que debía ser las 9 o las 10 de la mañana. De repente se abrió la puerta de la cabaña nueva y vi salir a… ¿Leroy?

Si, creo que se llamaba así. Después siguieron saliendo los demás. Mmm… Ana estaba ¿embarazada? ¿de John, quizás? Mala suerte para ella. No era mi problema. Ya no.  Ninguno lo era. No después del incidente…

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 4

No quería estar más tiempo en aquel lugar. A pesar de estar curtido ya con la muerte, estar al lado de aquel avión me recordaba la fragilidad de la vida. Me alejé encaminando mis pasos hacia el norte.

 

Llegué hasta la carretera que llevaba al embalse. ¿Me atrevería a subir? También podía bajar hacia el pueblo. Algo en mi mente me dijo que no lo hiciese, que subiese al embalse. Evitando la carretera, pero teniéndola siempre a la vista, comencé a correr por el bosque, en dirección al embalse.

 

La subida era dura en algunos sitios, sobretodo en los tramos que tenía que escalar para evitar la carretera, aunque llegué a la parte alta sin excesivos problemas. Desde la distancia a la que me encontraba divisaba  el valle y el lago artificial. No veía movimiento, así que continué hacia delante.

 

El paisaje era espectacular; abajo se divisaba el pueblo, escondido entre los árboles y la maleza que empezaba a invadirlo gracias a que no había actividad humana,  y el resto del frondoso bosque, con un pedazo sin vegetación, donde se encontraba el avión. Más allá, oculto tras una pequeña montaña, se encontraba mi refugio. Y el paisaje que se divisaba hacia el otro lado no era menos espectacular. Conforme avanzaba, se descubría el lago, cuya superficie reflejaba como un espejo las cimas de las montañas que lo bordeaban, cimas que mostraban ya las primeras nieves del año. El bosque, frondoso y de colores verdes y cobrizos, partía de las orillas hasta las zonas nevadas. Era hermoso, una visión que me impresionó gratamente el primer invierno que descubrí la zona. Un lugar de armonía perfecta, excepto por el campamento.

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 3

Me giré, preparado para enfrentarme a lo desconocido. Delante de mí tenía un lobo. Los lobos habían empezado a bajar de las montañas y recuperaban  las zonas que el hombre le había arrebatado. Ya me había enfrentado a alguno, y siempre había conseguido espantarles haciendo ruido con un disparo o bien les había dado esquinazo, pero nunca había dejado que se me acercasen tanto. Y estaba armado sólo con un cuchillo. Estaba en un problema.

 

El lobo estaba aparentemente solo, pero estaba tan cerca que no podía hacerme con el cuchillo sin miedo a que no me diese tiempo antes de que me atacase, así que no hice ningún movimiento brusco. Estuvimos contemplándonos un rato, midiendo las fuerzas de cada uno. Era una bestia magnífica, un ejemplar enorme y de una belleza increíble. Me mostraba sus afiladamente mortales dientes mientras decidía si atacar o no. Yo miraba fijamente sus ojos, intentando mostrar mi carencia de miedo e imponer mi voluntad a la suya. Si funcionaba en las películas no se porque no iba a poder funcionar en la realidad.

 

Saltó hacia mi cuello sin previo aviso, y sólo me dio tiempo a apartarme ligeramente a hacia un lado, dejando la dentellada mortal a pocos centímetros de mi cara. Casi al mismo tiempo, contraataque con un puñetazo lanzado con toda mi fuerza al costado del lobo cuando aun estaba cayendo del salto realizado. Esto hizo que el lobo se desplazase en el aire casi un metro y medio, más de lo que esperaba para un bicho tan grande. El lobo parecía sorprendido, y antes de volver a lanzarse volvió a sopesarme. Sin duda, el lobo era viejo, y tenía la suficiente experiencia para saber cuando una presa es fácil y cuando no. Yo por mi parte me quede en mi sitio, observando cual iba a ser su próximo movimiento. El lobo soltó un gruñido bajo y, cuando hubo comprobado que no le iba a atacar si el no me atacaba, se dio la vuelta y se fue por donde había venido. Me quede un rato observándole...

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 2

El avión estaba fuera de lugar en aquel lugar, dando un toque de irrealidad al bosque. Varios árboles yacían rotos alrededor y debajo de los restos, testigos mudos del accidente, mezclados enfermizamente con el fuselaje. Avancé con cautela, como cuando lo descubrí, observando la cola, intacta, donde se veía perfectamente el logotipo de la compañía. Dentro había descubierto cadáveres en bastante buen estado, aunque ningún zombi. Recordé como los había registrado, con bastante miedo, para después sacarlos y amontonarlos, preparándolos para quemarlos en una hoguera.

 

Seguí  avanzando hacía la parte delantera, totalmente destrozada, de la que sólo había podido recuperar trozos de personas, un par de maletas con ropa y poca cosa más. También recuperé la caja negra, cuya cinta había conseguido escuchar y con la que me podría haber hecho una idea de lo que había pasado, pero hablaban en un idioma que ni reconocía ni, por supuesto, entendía. Sólo se entendía una discusión, unas voces nerviosas y como, casi al final de la grabación, los pasajeros empezaban a gritar. Y, al final, se escuchaba, por debajo de los gritos, una risa profunda. Aquello me había puesto los pelos de punta, sobre todo después de escucharlo la segunda vez. Era la risa de uno de los pilotos.

 

¡GRRÑRR! Un gruñido salió a mi espalda.

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 1

Durante el tiempo que había transcurrido entre mi huída de la ciudad y el actual sólo me había encontrado con tres muertos vivientes, y los tres estaban encerrados dentro de una habitación, con lo que no me supusieron ninguna amenaza. Al principio tuve el impulso de acabar con ellos, pero lo pensé mejor, y, ya que estaban atrapados, los observaría, para ver tanto su comportamiento como el tiempo que podían durar “vivos”.

 

Los visitaba casi a diario al principio, cuando estaban más activos y al notar mi presencia parecían entrar en frenesí, arañando las paredes, la puerta y el cristal blindado por el que les observaba. La verdad, no se que hacían en ese sitio, porque no estaban dentro de una tienda. Era una habitación grande, con un cristal blindado con una malla metálica por la parte de los muertos y una puerta de metal cerrada a cal y canto. Se englobaba dentro de un laboratorio, donde parecía que experimentaban con algo más que animales. El laboratorio antes debía tener fuertes medidas de seguridad, pero ahora, sin energía, era fácil entrar casi en cualquier sitio.

 

Volví a ser consciente de mi entorno al cabo de unos tres o cuatro kilómetros. Estaba por la zona del avión y, como siempre, todos mis sentidos se pusieron alerta.

Invierno en el jardín de La Parca - Capítulo 0

El amanecer iluminó mis ojos, abriéndose molestos con la claridad. Al desperezarme noté como mis músculos no protestaban, a pesar del castigo realizado el día anterior. Serrar el árbol, cortarlo, prepararlo y llevarlo al refugio había sido costoso pero, como ya había constatado varias veces, el veneno que aun corría por mis venas me habían hecho casi inmune al dolor, evitándome en aquella ocasión molestas agujetas. Miré a la pared. Había un burdo calendario, confeccionado por mí, y vi el día. Martes. Al levantarme noté el frío entrando por las rendijas. Hoy empezaba el invierno y, sin duda, dentro de poco tiempo caerían las primeras nevadas. Recogí mi ropa y salí al exterior.

 

En el cielo no había nubes, pero hacía bastante frío. Desde la entrada de la cueva miré hacia abajo y vi el corral y el huertecillo. Luego saqué los prismáticos y miré hacia el bosque y el resto de la montaña. Sin novedad. Empecé a descolgarme por la montaña y, cuando llegué al fondo, comprobé como estaban las gallinas, los conejos y el par de cerdos que había conseguido atrapar hacía ya seis meses. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me levanté aquel fatídico martes? Iba a cumplir mi segundo invierno en la montaña y, aunque al principio fue difícil, había conseguido no sólo sobrevivir sino también prosperar. En la cueva había un pequeño manantial que me abastecía de agua potable y, si bien desde fuera no se veía nada, poco después de la entrada de la misma había construido un muro con ladrillos sacados de casas de campo y el pueblo más cercano, que me aislaba del frío. Para subir los ladrillos, la puerta y cosas como colchones, sillas y demás había ideado un sistema de poleas que me permitía subir el peso y meterlo en la cueva. Es sorprendente como la adversidad agudiza el ingenio.

 

Cogí un par de huevos de las gallinas, les rompí la parte superior y me los bebí sin demasiado entusiasmo, mientras daba de comer a los animales. Cuando acabé la tarea, volví a subir a la cueva y, tras coger un cuchillo, bajé otra vez. Empecé a hacer mis estiramientos diarios y mis ejercicios de calentamiento, y salí a correr por el bosque...

Un Día Cualquiera -- Último Capítulo

Avanzaba por la calle. Hacía unas dos o tres horas que había escapado y estaba en una de las calles principales, muy cerca del centro. Por uno de las calles laterales vi salir a un grupo de muertos. Me preparé para el enfrentamiento, pero no se me acercaron. Parecía que iban en mi misma dirección. Vigilándoles, seguí avanzando. Conforme caminaba veía salir cada vez más muertos de las calles laterales, y todos parecían no verme. Un escalofrío recorrió mi columna, como siempre hacía cuando algo me daba mala espina. Empecé a tener miedo. Y, entonces, vi el muro.

 

Una masa de muertos vivientes taponaba la calle. Estaban de espaldas a mi, pero el espectáculo me dejó absolutamente paralizado. Sólo me despertó de mi aturdimiento un golpetazo en mi hombro, propinado por un muerto que pasó por mi lado, haciendo caso omiso de mi persona. Mi mente volvió a funcionar y, después de buscar con la mirada un portal, me dirigí hacia allí. La puerta estaba cerrada, y como no quería disparar a la cerradura, fui hasta otro portal, y después a otro, hasta que por fin encontré uno que estaba abierto. Entré y subí las escaleras rápidamente, hasta que llegué a la terraza. Abrí la puerta y me dirigí hacía la zona de la terraza que me permitiría ver la calle y posiblemente la plaza. Me asomé y, por segunda vez en el día, me quedé paralizado.

 

La plaza estaba llena de muertos, que se apretaban hacía el centro de la misma. Por las calles laterales llegaban cada vez más muertos. Y la salida del metro estaba colapsada por los muertos que salían del subsuelo. Volví mi vista al centro. Había una figura encima de algún tipo de pedestal. Saqué los prismáticos de mi mochila y miré. Parecía un hombre, pero su larga túnica y la capucha que desde mi posición cubría su rostro hacía imposible adivinar su sexo o si era o no un muerto viviente. Lo que si sabía era que ese encapuchado era quien había atraído a los muertos a su alrededor. ¿Y también a los vivos? Desde el principio había querido ir al centro, y ahora estaba viendo lo que había en el centro. Y no me gustaba. De repente oí unos gritos y vi como unos muertos llevaban a un grupo de personas hacia el encapuchado. Antes de poder reaccionar siquiera, vi como mataba a una de las mujeres del grupo y como, a los pocos segundos, la mujer se levantaba como muerta viviente. Asistí, hipnotizado, al momento en que la mujer, a la orden del encapuchado, mataba y empezaba a devorar a otro de los integrantes del grupo. Era demasiado para mi. Sabía que no podía hacer nada, y sólo quería irme lejos, muy lejos. Abandoné el edificio y empecé a correr, huyendo de la zona.

 

Horas más tarde, en mi camino hacia las afueras de la ciudad, pensaba en lo que había visto y vivido, no sólo en el centro de la ciudad, sino en mi camino al mismo. Y me asaltaban las dudas.  ¿Por qué había edificios caídos y destrozados? ¿Quién me disparo? ¿Quién era la mujer que me salvó? ¿Qué había presenciado en el centro? Entonces no podía imaginar que las respuestas me iban a costar tanto, aunque eso será otra historia...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 29

La mujer me miraba de vez en cuando, pero en ningún momento se dio cuenta del ligero movimiento de mis manos al rasgar lentamente la cuerda. De repente las cuerdas se soltaron, cortadas por la navaja. Intenté mantenerlas en mis muñecas, como si nada hubiera pasado, pero me fue imposible, ya que la cuerda se había deslizado al suelo. Tenía que actuar rápido.

Me levanté rápidamente hacia la mujer, que al darse cuenta de mi movimiento sólo le dio tiempo a boquear cuando atravesé su garganta con la navaja. La tapé la boca mientras con la otra mano la degollaba lentamente, mirándola a los ojos, que incrédulos me devolvían la mirada. Ni siquiera hizo ademán de defenderse mientras se desangraba. Daba sus últimos estertores cuando yo me había rearmado por completo. Fue en ese momento cuando me di cuenta de lo que había hecho. Había matado a sangre fría a un ser humano. Oleadas de remordimientos acudieron a mi cabeza, y decidí que lo mejor que podía hacer era irme. Siempre he creído en el karma, así que ya recibirían su castigo. Abrí la puerta y me deslicé sigilosamente hacia las escaleras, bajándolas sin hacer ruido alguno. Una vez apartados los cubos que aseguraban la puerta que daba al exterior, me introduje en la noche, oscura como la muerte que acechaba por las calles malditas de la ciudad. Volvía a estar sólo y, francamente, consideraba que estaba mejor así.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 28

Me levanté al mismo tiempo que intentaba aflojar las cuerdas de mis muñecas. Paré al ver que cerca de donde montaba guardia el hombre estaba mi equipo. Rápidamente me dirigí allí y, aunque no estaban mis armas, recuperé la navaja que tenía en uno de los bolsillos exteriores de la mochila. Escuchaba discutir en el pasillo, y unos pasos acelerados que se acercaban. Opté por esconderme la navaja como pude y volver a mi sitio. Vi pasar un par de sombras por el pasillo, una de las cuales (el hombre del machete) gritó una orden al hombre gordo, que volvió a la habitación donde me encontraba para seguir vigilándome. Varias ideas de fuga asaltaron mi mente, pero las deseché casi de inmediato. Tenía entre mis manos la vía de escape, y sólo era cuestión de tiempo el aprovecharlo.

 

Al volver los dos hombres que habían salido a investigar los presuntos ruidos discutieron en voz baja con el hombre gordo, reprendiéndole. De vez en cuando me miraban con cara de odio, pero no se acercaron en ningún momento ni me dijeron palabra alguna. Cuando por fin se fueron me volví a quedar sólo con el hombre gordo, que se acerca hacia mi y me golpeó un par de veces, mientras decía que no volviese a hablar. Después se tranquilizó y, sentándose en el otro extremo de la habitación, acabó toda la guardia con sus ojos clavados en mí. Cuando llegó el relevo, que resulto ser la mujer de la pistola, aproveché un momento que no me miraban para abrir ligeramente la navaja y, arrastrándola hacia el interior de las cuerdas para que no se viese, dispuse la hoja de tal manera que pudiese empezar a rasgar las cuerdas.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 27

Estaba en el salón de la casa rodeado del grupo que había salvado de la muerte. Y como agradecimiento, me habían desarmado y atado las manos. El tío del machete me hacía preguntas acerca de donde venía, porque estaba tan armado, porque había pasado esto... Como respuesta, sólo obtenían mi mirada de odio y, de vez en cuando, hablaba para decirles que me soltasen. Habría colaborado con ellos, habría contestado a las preguntas a las que tuviese respuesta, pero... pero al entrar al salón había encontrado a Edgar muerto. Le habían matado. La visión de su cabeza cercenada a sangre fría hizo que no me diese cuenta de como me golpeaban por detrás hasta que caí al suelo. Sin embargo, no me dejaron inconsciente, pero el shock hizo que no me rebelase cuando me ataban. Al salir de mi estado, sólo tenía una rabia asesina. Miraba como hablaban entre ellos, como me preguntaban y como el del machete de vez en cuando se acercaba para pegarme. Sólo parecían estar en contra uno de los hombres, que intentaba parar la locura colectiva, pero que acabó por echar la toalla cuando se vio impotente, y la histérica y el niño, que no hacían más que llorar diciendo que eso no estaba bien. "Vosotros dos... y tú", dije, dirigiéndome a los tres, "iros de aquí. Iros a otra habitación. No tenéis por que presenciar esto". Mi rabia crecía, y no quería que saliesen heridos. El hombre del machete me golpeó la cara mientras me decía que me callase. Mi nariz empezó a gotear sangre, pero no me dolía. No me dolía nada. Esa era mi ventaja. Todo era cuestión de tiempo.

Llegó la noche y me dejaron con el otro hombre para que me vigilase. Estaba armado con una escopeta. Malo. Observé al hombre. Tendría cuarenta y tantos y no estaba en demasiada buena forma. También estaba muy nervioso. Bien, hora de empezar el espectáculo. Me quedé quieto, alargando mi cuello y girando mi cabeza ligeramente. Estuve así el tiempo suficiente como para que el hombre me preguntase que qué estaba haciendo. "Escuchar", contesté. "¿Qué escuchas?", preguntó, a lo que contesté que nada. El hombre pareció tranquilizarse cuando volví a intentar dormir. Al cabo de un rato volví ha hacer lo mismo, y cuando me volvió a preguntar contesté que nada, pero esta vez con una voz más dubitativa. Y me volví a intentar dormir, vigilando con los ojos entreabiertos el creciente malestar y nerviosismo del hombre. Sudaba mucho y movía la cabeza intentando escuchar algo. Cuando le vi suficientemente nervioso, volví a abrir los ojos y a escuchar la noche. "¡¿Qué pasa?!" preguntó el hombre, con la cara lívida de miedo. "Nada," contesté yo, "los muertos vienen a reclamar a los vivos". La cara desencajada del hombre y el gritito que profirió reconfortó mi alma. Se levantó de la silla como impulsado por un resorte y se dirigió hacia las habitaciones, para avisar al resto, dejándome sólo en el salón. Jaque... ahora tenía que conseguir el mate.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 26

¡Crash! El cristal de la puerta se rompió de un golpe propinado por uno de los muertos, pero el metal resistía. Por suerte, los muertos no eran capaces de manipular el pomo, o simplemente no se habían dado cuenta, ya que la puerta no estaba cerrada con llave y abriendo la puerta hubiese sido muy fácil hacer fuerza para reventar el cubo de basura que había puesto para atrancar la puerta. Apunté con el arma y disparé. El zombi que había roto el cristal cayó al suelo con una bala alojada en la cabeza, pero otro le sustituyó. Otro tiro, fallado, y otro más, esta vez mucho más certero,  acabaron con otro muerto. Si no me había equivocado, quedaban cinco. El tiempo pasaba despacio mientras iba acabando con los muertos vivientes. Cuatro, tres, dos... cuando el último se desplomó había tenido que recargar la pistola sólo una vez, ya que apuntaba con cuidado, para no desperdiciar balas. Bajé a la entrada y reforcé la puerta apuntalándola con otro cubo de basura. No parecía haber más zombis por la calle, así que subí a ver a la gente que había ayudado.

 

Al entrar en el piso encontré a uno de los hombres con un machete levantado y con la cara desencajada. Sin duda esperaba ver un muerto viviente... ¿o no? El hombre me dijo nerviosamente que tirase las armas, mientras una de las mujeres salía de un lado con una pistola y me apuntaba. Cuanto gilipollas. Pero eran gilipollas nerviosos y armados, así que lentamente les dije que se tranquilizasen, que estábamos en el mismo bando, mientras dejaba lentamente mis armas en el suelo. El hombre del machete se acercó a recoger las armas. Después me condujeron hacia dentro y cerraron la puerta de la calle.  

Un Día Cualquiera -- Capítulo 25

"¡Por aquí!" grité, y varias cabezas, vivas y no vivas, se giraron hacia mí. Salí del portal y avancé con seguridad hacia el grupo de muertos más cercano, los que cortaban la retirada, mientras observaba como el grupo de supervivientes se quedaba paralizado. Si no se movían hacia dentro, peor para ellos. Alcé la escopeta y disparé a uno de los zombis, reventándole la cabeza, y acto seguido, disparé hacia otro, está vez con menos fortuna, ya que el disparo le dio en el pecho. Al instante, los supervivientes se despertaron y empezaron a correr hacia la casa. Mi tercer disparo fue más certero, y el no muerto calló al suelo presa de violentas convulsiones, que cesaron en poco tiempo. Bien, quedaban ocho. Miré detrás y vi que todos los supervivientes habían entrado en la casa. Volví a mirar al muerto más cercano y, tomándome mi tiempo en apuntar, disparé y la bala atravesó limpiamente su frente, cayendo instantáneamente al suelo. Los otros muertos se acercaban, pero estaban a suficiente distancia como para darme tiempo a entrar en el portal y atrancar la puerta, así que dejé de hacerme de héroe de película de acción y entre en la casa.

Cuando entré los supervivientes retrocedieron con miedo. Sin prestarles atención cerré la puerta, atrancándola con un cubo de basura. Desde luego no era muy resistente, pero me daría tiempo para apostarme en la escalera y disparar conforme fuesen entrando o bien, con un poco de suerte, subir al piso de arriba y disparar hacia la calle. "Subid" dije al grupo. Una de las mujeres pego un grito y empezó a llorar. "Genial" pensé, "una histérica". Uno de los hombres le cogió del brazo y, prácticamente, la arrastró hacia arriba. El resto los siguió, mientras se escuchaban los golpes en la puerta. Yo me quedé a mitad de la escalera, apuntando con la pistola hacia la puerta. Si alguien pasaba, le costaría caro…

Un Día Cualquiera -- Capítulo 24

Edgar estaba en un estado febril y deliraba mientras lo arrastraba hacia un portal. La puerta estaba cerrada, así que saqué la pistola y le pegué un tiro en la cerradura. A pesar de lo que sale en las películas, la puerta siguió cerrada, así que me dirigí a otro portal y este si que lo encontré abierto. Cerré la puerta a mi paso y subí hasta el primer piso. Disparé a la cerradura y esta vez si conseguí inutilizarla. Dejé a Edgar en la puerta y, con la pistola en la mano, me introduje en el piso para explorarlo. No encontré nada, así que volví a por Edgar y le llevé hasta una cama. Luego me dirigí al baño en busca del botiquín, llené una palangana con agua y empecé a hacer lo que podía y sabía para intentar curar o aliviar a Edgar, angustiado por mi incapacidad para hacer algo más. El brazo está en su totalidad negruzco. Y hacia poco pensaba que no eran más que simples arañazos. Sin duda, lo muertos deben tener algún tipo de virus, bacteria o toxina que, a modo de veneno, va matando lentamente. ¿Cómo se cura un veneno?

¿Oía ruidos en la calle? Eran... gritos.  Me acerqué a una ventana y me asomé con cuidado. En la  calle había un grupo de personas corriendo, armados con palos, huyendo de un grupo de muertos. Por un momento pensé en esconderme, pero en lugar de eso cogí la escopeta y bajé rápidamente a la calle. Cuando bajé por las escaleras hoy un grito, y al salir a la calle me di cuenta de que era porque por el lado de la calle por el que intentaban escapar estaba cerrado por tres cadáveres andantes. Desde el portal miré al grupo de vivos, eran seis, dos mujeres, tres hombres y un niño, a los tres zombis que tapaban la retirada y a los siete que les perseguían. "Bueno," pensé "empieza la fiesta"...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 23

Tenía las llaves en el contacto, así que las cogí y abrí el maletero. Por suerte, pasó como en las películas, y tenía una escopeta en su interior. Cogí la escopeta, los cartuchos y lo que buscaba en un principio, el botiquín, y, tras darle la escopeta a Edgar, nos fuimos hacia un portal y allí le hice una cura mejor de la que le había hecho en un principio. Cuando acabé de vendarle el brazo, que estaba adoptando una coloración negro-azulada que no me gustaba nada, seguimos nuestra marcha. Por el plano estábamos cerca del centro.


Empecé a pensar en la batalla que habíamos tenido, mejor dicho, en el hecho de que no me doliesen los golpes. Miré mi pecho y vi como se había formado un enorme moratón. Lo toqué, y aunque sentí como lo tocaba, no me dolía. ¿Me había vuelto insensible al dolor? Pellizqué una de mis mejillas. Nada, notaba mis manos y mi cara, pero por más que retorcía la carne, lo máximo que lograba era una ligera molestia. ¿Un efecto secundario del mordisco que había sufrido?. Quizá me había medio zombificado, y eso me hacía insensible al dolor. Y al cansancio. Caí en el hecho de que durante la pelea no me había quedado sin resuello en ningún momento. Bueno, sin duda en un mundo tan peligroso había salido ganando con el cambio. De repente escuché un ruido detrás de mí. Me giré y vi a Edgar, caído en el suelo y temblando...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 22

Avanzábamos por las calles a paso lento, ya que a Edgar le dolía cada vez más el brazo. Aún así, insistía en seguir con nuestra marcha, más por cobardía que por valentía, ya que de vez en cuando miraba hacia detrás con miedo. Se notaba que quería alejarse del lugar donde habíamos sufrido el ataque. A mí no se me iba de la cabeza los ojos del muerto con el que había luchado. Me preocupaba el hecho de enfrentarme a zombis inteligentes, capaces de manipular objetos y hacer emboscadas. ¿Podría ser algún tipo de proceso evolutivo? ¿O una mutación? Una idea se formó en mi mente. ¿Y si era parte de un grupo, quizás un experimento fallido que diese como resultado seres capaces de propagar un virus que convirtiese a la gente en zombis? ¿Algo con fines militares?

Un ruido a mi derecha me sacó de mis pensamientos. Un apestoso tambaleante con traje de policía se acercaba hacia nuestra posición. Edgar se puso nervioso y apuntó hacia el muerto, pero yo le frené. No sabía si los muertos tenían unos sentidos análogos a los nuestros, pero no quería que la detonación de la pistola se oyese por toda la manzana. "No hay que despertar a los muertos", dije a Edgar a modo de explicación. Saqué la katana y me acerqué al cadáver andante, despachándolo con un par de tajos. "Se está haciendo cada vez más fácil", pensé con cierta tristeza, al comprobar la destreza que había adquirido para matar. Un poco más lejos del policía había un coche y, después de desabrocharle el cinturón con la cartuchera y dárselo a Edgar, me dirigí hacia el vehículo.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 21

Vuelo por el aire. Me estrello en el suelo. La katana se desliza de mi mano y se aleja un par de metros de mi lado. ¿Qué me ha golpeado? Miro hacia el lugar donde estaba antes y veo a un ser de al menos dos metros de altura. En sus manos lleva un trozo de madera, y la balancea mientras se acerca hacia mí. Por su posición me ha desplazado unos dos metros. Esta muerto, pero no parece un muerto normal. Sus movimientos son más suaves y rápidos. Y sus ojos, su mirada, parecen poseer un brillo de inteligencia. Se abalanza hacia mí mientras levanta el palo por encima de su cabeza, para bajarlo con fuerza descomunal hacia mi posición. Por suerte, ya no estoy cuando el golpe hace que el palo se rompa contra el suelo. En mi mano ya sujeto la katana y miro de soslayo a Edgar. Parece que ha conseguido zafarse del zombi y ha recuperado la pistola. ¡ZHOOSSH! Esquivo el arma astillada de mi adversario, que pasa a pocos centímetros de mi cabeza y lanzo una estocada a su cuerpo. Sajo carne, pero no le para lo más mínimo y con su mano libre me golpea en la cara. El golpe me hace trastabillar, pero no siento dolor y vuelvo a lanzar otro golpe, esta vez a la pierna. Corto todos los músculos y tendones, lo que hace que tropiece y pierda ligeramente el equilibrio durante unos segundos, tiempo que le resulta mortal, ya que cuando se recupera mi espada atraviesa su mandíbula y sigue su camino hasta su cerebro. Me mira con sus ojos brillando de odio, antes de apagarse cuando deslizo mi arma fuera de su cráneo. Miro hacia Edgar. Sostiene su pistola temblando. Ha acabado con el muerto que le amenazaba, pero veo su brazo destrozado por los mordiscos y me pregunto si podrá continuar la marcha.

Intento tranquilizar a Edgar, que se pone a llorar, y empiezo a curarle el brazo de la mejor manera que puedo. Al final consigo pararle la hemorragia, y hago que se levante. La herida es menos grave de lo que parecía el principio, sólo son desgarros superficiales, y el golpe que había recibido parece que no ha roto nada, así que en cuanto Edgar se ve con fuerzas continuamos el viaje. Por mi parte tampoco tengo roto nada y los golpes no me han producido dolor alguno, lo cual me resulta muy extraño.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 20

Habríamos pasado unos 20 minutos comiendo, así que, sino teníamos ningún contratiempo, llegaríamos antes de que anocheciese al centro. ¿Y luego qué? Esa pregunta asalto mi mente. La respuesta era que no tenía respuesta. Ya no sabía porque iba hacia el centro. Sólo sabía que el impulso inicial lo seguía teniendo. Edgar agarró mi camiseta, haciéndome girar. Le miré a los ojos y vi que no me miraba. Seguí su mirada hacia el lado izquierdo de la calle y vi la entrada de un garaje. En ella había cinco muertos, dirigiéndose hacia nosotros. Estaban a unos seis metros y no se movían a mucha velocidad; caminando rápido los podíamos dejar atrás sin demasiada dificultad. De repente algo paso por mi derecha. Era Edgar, que había empezado a correr, presa del pánico. Empecé a correr tras él, gritándole que se tranquilizase. Súbitamente, vi un cuerpo volar delante de mí.

Edgar está volando, su cuerpo desmadejado por un impacto tremendo. Sigo su trayectoria hasta verle caer a los pies de los muertos vivientes. Joder. Le están rodeando. Con el rabillo del ojo veo un movimiento en mi derecha. Algo, lo que ha enviado a Edgar a los muertos, acecha en el portal. Vuelvo a centrar mi atención en Edgar. El golpe le ha dejado semiinconsciente. Los muertos se empiezan a agachar para darse un festín. Noto el peso de la escopeta en las manos y un martilleo mi cabeza. ¡BANG! Los cañones humean delante de mi. Más allá un zombi decapitado cae al suelo. Me acercó hacia el resto y cae otro muerto viviente, con el cráneo explotando como una sandía madura al caer al suelo. Quedan tres. Estoy al lado de uno de los zombis, le golpeo con mi cuerpo aprovechando el impulso para apartarle y disparo a bocajarro a otro. A pesar de la distancia falló el disparo y le vuelo su brazo derecho. El martilleo de la cabeza se intensifica y empieza a ser doloroso. Un segundo de distracción es suficiente para que el tercer zombi muerda el brazo derecho de Edgar. No me atrevo a dispararle, así que suelto la escopeta mientras mi mano izquierda desenfunda el wakizashi. Siento el pútrido aliento del muerto que he apartado detrás de mí así que me giro hacia la derecha mientras levanto mi pierna buscando su cabeza. Me sorprendo al encontrarla y acabo el movimiento circular lanzando mi mano izquierda con la espada empuñada a través del cuello del no muerto. Oigo como cae su cabeza al suelo, pero ya estoy centrado en el muerto que mordisquea el brazo de Edgar. Con un movimiento desde arriba atravieso limpiamente se cráneo y dejo el arma trabada. Queda el último, que me golpea con el brazo sano. Apenas noto el golpe mientras flexiono las piernas y me agacho ligeramente, para acto seguido lanzar mi cuerpo como un resorte hacia delante, golpeándole en el pecho y haciéndole caer desplazado hacia atrás. Saco la katana y ¡TUMB!...