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Güebona bitácora más que peich...

El Serial

Un Día Cualquiera -- Capítulo 19

Avanzábamos sin pausa a buen ritmo. Yo abría la marcha con la escopeta en los brazos, con Edgar detrás mirando hacia los lados y hacia atrás nerviosamente. Íbamos por el centro de las calles, blancos perfectos para francotiradores pero menos perfectos para muertos agazapados en portales. Ya no lloviznaba, pero las nubes seguían siendo tan densas como recordaba. Edgar de repente me cogío del brazo y señaló hacia un lado de la calle. Allí había un par de muertos andantes caminando en la misma dirección que íbamos nosotros. Me giré y le dije que se tranquilizase, y señalé hacia una calle lateral. Rodearíamos a los muertos. No tenía ganas de ningún enfrentamiento, y unos disparos en una ciudad tan silenciosa se oirían a bastante distancia.

Nos encaminamos sigilosamente por la calle lateral, vigilando de reojo que los muertos no nos oyesen o viesen. Cuando los perdí de vista parecía que no nos hubiesen detectado, así que suspiré aliviado y tras decir a mi compañero que había pasado el peligro, seguimos avanzando, está vez callejeando por calles más estrechas. Cada poco tiempo revisaba el mapa. Realmente era una vuelta más grande de lo que esperaba, pero bueno, media hora más de viaje me parecía un precio aceptable por evitar una confrontación. Cuando tuvimos hambre paramos un momento delante de una tienda de comestibles china y, tras comprobar que no había peligro, entramos a comer y beber algo. Llevaba provisiones, pero prefería guardarlas para cuando las necesitásemos. Mientras comíamos le di a Edgar una de las pistolas y un par de cargadores, así como unas nociones básicas basadas en mi corta experiencia con las armas de fuego. A él se le iluminaron los ojos cuando se vio armado, seguramente al sentirse más seguro. Estuvimos hablando un poco, mejor dicho, yo hablé y el escribió, enterándome así que era ecuatoriano y que había tenido una experiencia parecida a la mía, pero al revés que yo el se había escondido en un supermercado, y allí seguiría si no fuese porque un día le encontraron unos muertos y, aunque al principio no pudieron entrar, al final se reunieron muchos y consiguieron echar la puerta abajo. Edgar consiguió huir subiendo al tejado y saltando a un edificio contiguo, armado con un bate de béisbol. Eso había sido hacia tres días, y desde entonces se había enfrentado a un par de muertos, el último de los cuales había sido poco antes de haberme encontrado. Cuando acabé de leer su historia le dije que debíamos irnos ya, así que nos levantamos, cogí unos paquetes de chicles y seguimos nuestro camino.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 18

Desperté pronto, al amanecer. Me desperecé y, tras comprobar mi equipo, salí de la sala y de la comisaría. Seguía nublado, y caía una llovizna que apenas mojaba. No había muertos en la calle, así que con tranquilidad empecé a caminar en dirección al centro.

Llevaba un buen rato caminando, habiéndome parado sólo a reponer mis víveres y a desayunar unos bollos que aun no se habían puesto malos, cuando de pronto escuché algo que se acercaba por una calle lateral. Me quedé quieto y apunté hacia la esquina con la escopeta. Esperé. Una sombra se perfiló en la esquina. Noté como todo mi cuerpo se tensaba y como se me aceleraba la respiración. La sombra se disipó y vi a un chaval de unos 16 años, que llevaba una camiseta con salpicaduras de sangre y un bate de béisbol en su mano derecha, cuyas manchas de color rojo oscuro daban muestras de que había sido utilizado. Al verme se asustó visiblemente, soltando el bate y levantando las manos. Desde luego, pensé, encontrarse en medio de aquel infierno a un tipo como yo, un arsenal andante con la ropa llena de sangre. Le dije que se tranquilizase, que no le iba a hacer nada malo, y el me dio la callada como respuesta. Lentamente, cogió algo de una riñonera que llevaba y lo sacó con cuidado. Era un cuaderno. Empezó a escribir algo y cuando acabó, me lanzó la libreta por el suelo. Sin perder en ningún momento de vista al chaval, me agaché y recogí la libreta con una mano, mientras con la otra aguantaba la escopeta apuntándole. Levanté la libreta a la altura de los ojos y empecé a leer. "Me llamó Edgar y soy mudo. Déjame seguir, por favor". Bajé la libreta y me acerqué a él. Edgar se estremeció, pero al ver que bajaba el arma y le tendía la libreta se tranquilizó. Luego le dije mi nombre y le invité a seguir conmigo. Edgar sonrió, con una sonrisa sincera y realmente alegre, y, tras recoger el bate, me siguió en mi periplo hacia el centro de la ciudad.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 17

Le golpeé con fuerza, con un movimiento de arriba a abajo con la culata de la pistola, hundiéndole parte de la frente. El monstruo no se frenó lo más mínimo, pero había conseguido poner el brazo izquierdo a la altura de su pecho y empujé con fuerza, haciéndole retroceder un par de pasos, dándome tiempo suficiente para apuntarle a la cabeza y disparar. La bala se introdujo por un costado de la nariz y, entre las sombras, me pareció que su nuca explotaba al salir por detrás. El zombi dio un paso hacia delante y, de repente, se desplomó. Me empezó a doler la cabeza, sin duda por la adrenalina. Recogí la linterna del suelo y me fijé en resto de la sala. Aparte del muerto encerrado, no había nada más en la sala. Volví a dirigir la luz al prisionero. Posiblemente, había sido víctima del policía muerto viviente, que le habría devorado parcialmente las piernas. Era un ser patético, y decidí acabar con sus sufrimientos. Apunté el arma a su cabeza y disparé. Fue un tiro limpio y preciso, consiguiendo dejará de moverse instantáneamente. El dolor de cabeza se intensificó, y, medio mareado, decidí que ya había pasado demasiado tiempo en esa comisaría.

Al salir a la calle vi que estaba anocheciendo. No quería estar de noche por las calles, así que volví a entrar en la comisaría, atranqué la puerta de entrada y exploré todas las habitaciones para evitar desagradables sorpresas mientras durmiese. El dolor de cabeza había remitido, y no había nadie ni nada más que yo en aquel lugar, así que, después de unas cuantas vueltas, me dormí sentado en la silla del comisario.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 16

Me disponía a salir cuando un ruido erizó mi cabello. Había alguien. Era un ruido casi imperceptible y lejano, pero me dispuse a investigarlo. Quité el seguro a la escopeta y me deslicé sigilosamente fuera de la armería, con el arma apuntada hacia el pasillo. Poco a poco, fui rastreando el ruido hasta llegar a una habitación con puerta reforzada que ponía calabozo. Me asomé por la ventana reforzada, pero no vi nada. Estaba totalmente oscuro, así que puse el seguro en la escopeta y saque la pistola, ya que necesitaba una mano libre para empuñar la linterna que saqué de la mochila.

Abrí la puerta con precaución, sorprendiéndome el hecho de que estuviese abierta sin llave, y apunté con la linterna dentro de la oscuridad que se cernía sobre mí mientras me adentraba en los calabozos. De repente el halo de luz apunto a un ser absolutamente repulsivo que en otro tiempo fue un vivo. Ahora, ante mi tenía un muerto viviente con la cara rasgada y supurante de una bilis de color pálido, que se arrastraba por la celda con sujeto por la fuerza de sus brazos, ya que sus piernas estaban totalmente destrozadas, con trozos de carne arrancados... en ese momento me di cuenta de que no estábamos solos. Me giré lanzándome a un lado con velocidad, y la linterna iluminó a otro muerto vestido de policía que había estado a punto de sorprenderme. Disparé y el retroceso elevo mi mano más de lo que esperaba, evitando que hiciese un segundo tiro cuando el muerto se abalanzó encima de mí...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 15

Identifiqué la calle y, tras revisar el callejero, me di cuenta de que estaba cerca de donde había caído, así que me dirigí a la calle principal para proseguir mi camino hacia el centro de la ciudad. En mi camino me encontré con algún muerto viviente, pero estaba a la suficiente distancia como para no suponerme ningún peligro. Cuando estaba a punto de llegar a la calle principal, me di cuenta de que en una de las calles secundarias por las que había cruzado había una comisaría de policía y me animé al pensar que allí encontraría armas de fuego de verdad.

 
Me dirigí hacia allí con cierta precaución, ya que me vino a la mente una imagen del francotirador que me había abatido días antes. Entré por la puerta de la comisaría mientras desenvainaba la katana, paseándola nerviosamente de un lado a otro conforme iba avanzando por los pasillos en dirección a la santa bárbara. Este nerviosismo en el que me encontraba se redujo considerablemente cuando me encontré con el polvorín donde habían, alineadas, una serie de armas de fuego entre las que se encontraban pistolas y escopetas. Rompí los cierres y cogí un par de pistolas y una escopeta, así como varias cajas de munición. Me sentí un poco decepcionado al ver que sólo había ese armamento, esperando quizás que fuese como en las películas americanas, donde entrabas en una comisaría y prácticamente encontrabas de todo. Cargué la escopeta y las pistolas, una de las cuales me puse colgando a un lado de mi cadera, al modo de los pistoleros del Salvaje Oeste, y la otra la guardé en un bolsillo de la mochila. Por último, cogí la escopeta y me dispuse a salir fuera, con el arma apoyada sobre mi brazo y su empuñadura asida firmemente por mi derecha, como acunándola...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 14

Bajé las escaleras que me llevaría de nuevo a la pesadilla, escuchando el sonido de mis pasos. Las piernas ya no me molestaban, sólo el hombro. Entonces caí en el hecho de que, cuando había examinado la herida de mis gemelos, parecía haber recibido un tajo limpio, preciso. Me paré en el rellano del primer piso y volví a fijarme en las heridas. Al desvendarme me di cuenta de que la herida era transversal, bajándome la trayectoria desde el gemelo derecho al izquierdo en un ángulo... no era la herida de un zombi, ni de un cuchillo. Aquello parecía hecho con una bala, milimétricamente disparada para producir el efecto que me produjo. Un francotirador, disparándome desde un primer piso o un bajo. Alguien desquiciado que quizás llevase tiempo siguiéndome, jugando a un enfermizo juego del gato y el ratón. Y no me había rematado, había dejado que los zombis me comiesen. Una oscura idea se formó en mi mente.

Había sido ella. Evidentemente su aspecto no era de nada conocido, quizás hubiese sido en su época un ser humano, pero ahora alguna extraña radiación o agente químico la había mutado, convirtiéndola en un monstruo sádico que se divertía persiguiendo a los supervivientes que quedasen. Pero si era así, ¿por qué me había curado? ¿Arrepentimiento? ¿No quería perder a su "juguete"? No tenía sentido. Sin embargo... si fuese otra cosa... ¿y si no estaban jugando conmigo? ¿Y si, simplemente, había estado en el sitio más inoportuno en el momento más equivocado? ¿En medio de una guerra privada? Si era así mi agresor me habría disparado para evitar que le pillasen, esperando que mi samaritana decidiese cambiar su orden de prioridades para salvarme a mí. Esto último, aunque rebuscado, tenía sentido. Por eso, una vez que hubiese visto que me podía valer por mi mismo y que estaba fuera de peligro decidió irse a seguir con su cacería. Mmm... a pesar de que al final me quedé con la última reflexión, decidí no bajar la guardia si me la volvía a encontrar (cosa que dudaba que volviese a suceder).

Llegué a la puerta de la calle y, tras abrirla con cierto temor, salí a la calle, desolada y vacía de vida, como el resto de la ciudad.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 13

Entré en el salón y no había nadie. Busqué por el resto del piso, pero mi misteriosa sanadora no estaba. Recogí mis cosas y me senté en el sillón, esperando que apareciese. Se hizo de noche y no sólo no apareció nadie, sino que el dolor en el hombro se agudizó hasta hacerse casi insorportable. Sin duda, había desaparecido también de mis venas las drogas que mitigaban el dolor. Revisé mi herida, que había evolucionado de un cráter negruzco y supurante ha una herida normal, la limpié como pude y esperé. Esperé hasta que el dolor remitió y entonces me quedé dormido.

Al día siguiente nada había cambiado; seguía sin aparecer nadie, aunque yo me encontraba mucho más fuerte que el día anterior. Reflexioné mientras comía los restos de comida que quedaban por la cocina y decidí que no podía seguir esperando. Dispuse mis armas por el cuerpo, y me deshice de casí todas las demás cosas, excepto el mapa, los prismáticos y un mechero. Cuando me dispuse a salir un espejo en el armario del recibidor me devolvió una imagen alienada de mi mismo. Allí estaba yo, con unos pantalones vaqueros sucios y rotos por la zona de los gemelos, una camiseta aun más rota y llena de sangre por el lado izquierdo, y colgando por la espalda y por mis costados, un daisho, el machete en la pantorrilla y las armas de aire comprimido... necesitaba algún arma de fuego de verdad. Tiré la armas de mentira y salí a la calle otra vez, dispuesto a enfrentarme de nuevo con el apocalipsis... 

Un Día Cualquiera -- Capítulo 12

¿Negra? En ese momento no me fijé en el arma, sólo vi que era negra. Totalmente negra, con el cabello blanco. Entonces vi el arma. Me apuntaba con una pistola. Estaba nerviosa, así que levanté las manos lentamente, mientras decía que se tranquilizase. Ella me miraba sin articular palabra, con el tembloroso cañón apuntándome. Intenté no hacer ningún movimiento brusco cuando me dio una punzada de dolor el hombro, pero la mueca que se dibujó en mi rostro debió tener un efecto tranquilizador, ya que la mujer empezó a bajar la pistola. Entonces el dolor aumento y volví a ver todo negro.

Cuando me volví a despertar, estaba otra vez en la cama y era totalmente de día. No podría decir cuanto tiempo había pasado, pero el dolor era menor y el vendaje había sido cambiado. No me volvería a levantar, así que dije un "hola" en voz alta, rozando el grito. Era obvio que quien fuese que me había vendado no quería hacerme daño, así que me relajé mientras esperaba que viniese alguien. Y entonces entró ella. No lo había soñado, era una mujer joven de piel negra. Mejor dicho, ahora que la veía con más luz, su tono de piel era más un púrpura muy oscuro, como sangre seca. Su cabello era totalmente blanco y cuando me miró me di cuenta de que sus ojos eran de color rojo. Evidentemente, no era un ser de este mundo, o, al menos, del mundo que yo conocía.
Entonces le dije un "hola, que tal" o una chorrada así. Ella no me contestó, solamente me miró con sus extraños ojos rojos y se sentó a mi lado. Llevaba una camiseta demasiado grande para su cuerpo menudo. A pesar de eso, debía ser fuerte, porque me había arrastrado a la cama. ¿O no estaba sola? Me sacó de mis ensoñaciones el tacto de su mano en mi hombro herido, obligándome a tumbarme. Mientras retiraba la venda para examinar mi herida intentaba hablar con ella, pero lo máximo que conseguí fue que me mandase callar poniendo el dedo en su labios. Mi herida quedó al descubierto, vi como sonreía, recogía una gasa que había encima de la mesilla y empezaba a limpiarme la herida, sacando una cantidad increíble de pus al presionarme un poco. Siguió limpiándome y luego me volvió a vendar. Después se levantó y, justo antes de salir, se volvió hacia mí y me dijo "descansa" con una voz que se me antojó como la más musical que había escuchado jamás.

Durante varios días la rutina fue siempre la misma, pero ella no volvió a hablarme ningún día más, hasta que un día tuve fuerzas suficientes y me levanté, dirigiéndome al salón.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 11

¿Estoy muerto? Veo luz. De repente me veo con mi cara pegada en un muro. La luz es rojiza y estoy de pie. Ya no me duele la pierna. Despego mi cara y me giró. Estoy en la ciudad, los edificios parecen haber sufrido bombardeos. Oigo a gente correr, pero no veo a nadie. También oigo gritos y lloros. Miro hacia el cielo y veo nubes bajas y rojas. De repente miro a la calle y veo a una mujer corriendo con un niño en brazos y una niña a su lado. Están aterrorizados. Los intento llamar, pero antes de articular palabra una esfera amarilla surge a su alrededor y comienzan a elevarse. Miro hacia el cielo como suben y entonces me doy cuenta de que hay más esferas que se elevan hacia el cielo. Todas parecen llevar gente, y se les ve feliz, como aliviados. Poco a poco desaparecen todos entre las nubes rojas. ¿Por qué no me llevan con ellos? ¿Por qué me quedo en un mundo desierto? Algo se acerca, algo grande...

Me despierto. ¿Cuanto tiempo ha pasado? Estoy en una habitación, en una cama. Por la luz debe ser casi de noche. Me toco el hombro y descubro que lo tengo vendado. Las piernas me duelen, así que miro mis gemelos y veo que también están vendados. Parece que no soy el único superviviente. Intento levantarme, y me da un latigazo el hombro. Me doblo de dolor. ¿Cómo puede doler tanto? Entonces me acuerdo del muerto y de su mordisco. Si es como las películas, me tendría que convertir en zombi. Un mordisco y estás muerto. Intento despejar esa idea de mi mente y me levantó no sin dolor. El hombro arde y siento mil punzadas en los gemelos mientras me acerco a la puerta de la habitación. Abro con todo el sigilo posible y salgo de la habitación con los sentidos alerta. Oigo a alguien canturrear en otra habitación. ¿Una chica? Sigo caminando mientras aguzo el oído. Parece que no se ha dado cuenta. Está en la siguiente habitación, así que sigo caminado renqueante hacia allá.

Entro y veo que hay alguien sentado en un sofá. Está de espaldas y sólo veo su cabeza. Miró hacia un lado y veo mi equipo encima de una mesa. Doy un paso en su dirección, pero hago ruido y ella deja de canturrear, se levanta y ...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 10

¿Qué había pasado de verdad? Era una visión apocalíptica. La avenida estaba quebrada, con una enorme grieta, recorriéndola como un río por su cauce. A los lados habían coches, tumbados, torcidos o incluso incrustados contra los edificios, con señales de haber ardido. De hecho, había señales de fuego en muchos lados. Pero lo peor no fue eso.

Lo peor fue cuando levanté la vista. Los edificios de la avenida, que habían sido los más famosos y altos de la ciudad, ahora estaban en ruinas, como quemados, dejando sólo la estructura. Esos los que quedaban en pie. Algunos se habían derrumbado, colapsados cuando la estructura dañada no había podido soportar su propio peso.

Estaba en el suelo. No me había dado cuenta, pero mis rodillas me habían fallado y estaba en el suelo. Tarde un tiempo que se me hizo eterno en levantarme. ¿La impresión había hecho que me cayese? Noté algo caliente deslizándose por mis piernas. Me toqué. Sangre. ¿Mi sangre? Darme la vuelta. No había nadie. Arrastrarme detrás de un coche. No oía nada. No bajar la guardia.

¿Quien me había atacado? ¿Qué me había atacado? No bajar la guardia. Examinar la herida. Los dos gemelos desgarrados, aunque la herida no era profunda. No bajar la guardia. Herir lo suficiente para hacerme caer. ¿Un ..juego? ¿La sombra que había visto cerca de la casa de mi novia?. No bajar la guardia. Perdía sangre. ¡Me cago en la puta!¡Cabrón!. Sacar vendas. Parar la hemorragia. No bajar la guardia. Un movimiento...no, el viento. Primera herida vendada. Otro ruido. ¿Alguien corriendo?. No bajar la guardia. Segunda herida vendada. No puedo levantarme. Lo vuelvo a intentar. No oigo nada. Desenvaino el machete. Huelo a podrido. No bajar la guardia. Unos pies arrastrándose. Lento, demasiado lento. No me ha atacado un zombi. Pero se acerca. ¿Huelen la sangre? No lo había visto antes. He bajado la guardia. ¡Mierda! Necesito levantarme. Animo. El dolor significa que estás vivo. Venga, capullo, levántate. No volveré a bajar la guardia. Si vivo. Lo tengo encima. Creía que estaba más lejos. Estoy de pie. No puedo correr. Me enfrento al podrido. Está más descompuesto que los anteriores. Golpeo. Pierdo el equilibrio y el machete. Estoy otra vez en el suelo. Una mano podrida me aferra. Es fuerte. Acerca su boca a mi cuello. Mi mano izquierda tantea el suelo.

¡El machete! Lanzo un machetazo. Corto un cacho de carne. No es suficiente. Me muerde. Duele. Duele demasiado. Vuelvo a golpear. Me suelta. Me mira con sus ojos muertos y el machete clavado en la cabeza. Cae. Recojo el machete y el resto de mis cosas. Me levantó y me voy. Intento correr pero no puedo. Camino durante un tiempo. Pierdo sangre. Duele. Caigo. Voy a morir.

Un Día Cualquiera -- Capítulo 9

Caminaba por calles muertas. Avenidas, otrora populosas, ahora estaban vacías de gente, con coches vacíos parados en medio de la calzada. Como en la carretera cercana a mi casa. Esta vez no intenté entrar y poner en marcha ningún coche ¿Para qué? Sabía que no iba a arrancar.
De vez en cuando veía algo moverse por el rabillo del ojo y algún muerto caminando, pero los evitaba sin problemas. Había dejado de llover, aunque el día seguía del mismo color gris plomizo y se había levantado un aire que hacía volar hojas de periódicos y bolsas de plástico.
Era una escena desoladora; los periódicos volando, el deportivo vacío, la calle desierta, el muerto que se asomaba por una esquina, el coche tumbado... ¿el coche tumbado? Empecé a correr hacia allí. Era el único coche que parecía haber sufrido algún accidente. Quizás allí hubiese pistas de los que había pasado.


Estaba al final de la calle, que daba a la avenida principal, la columna vertebral de la ciudad. Al llegar a su altura me di cuenta de que las ruedas estaban reventadas. Dentro no había nadie, aunque había mucha sangre seca y...¡Un brazo! Había un brazo seccionado, cortado seguramente por un trozo del parabrisas.


Examiné un poco más el interior del coche, aunque el hecho de tener que agacharme para buscar las cosas consiguió que le pusiese poca atención. No tenía ganas de que un zombi me atacase por la espalda. La idea hizo que un escalofrío me recorriese la espalda y me girase rápidamente.


Nada. Evidentemente, no había nadie. Me reí de mi paranoia, y seguí examinando el coche por fuera. No veía nada especial, aunque claro, yo no soy el CSI, así que seguí mi camino y llegué a la avenida principal. Dios mío...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 8

Delante de mí había otro ser muerto, otro zombi. Era un hombre vestido con mono y chaleco reflectante, sin duda un trabajador de unas obras cercanas. Su cara sin vida estaba deformada en una horrible mueca, y unos pegotes de sangre seca en su cabeza revelaban una fea herida que quizás le hubiesen causado la muerte... en caso de estar vivo.

 

El ser me miró con sus ojos blancuzcos y, después de soltar un gemido, se abalanzó hacia mí. Abalanzar no es la palabra adecuada, ya que su movilidad era bastante limitada y una persona andando a un ritmo normal se movería más rápido. A pesar de eso, no me confié y desenfundé la katana. Era un buen momento para probar el filo y lancé un fuerte golpe al cuello cuando estuvo a mi alcancé, decapitándole de un sólo tajo.

 

El muerto dejo de moverse y cayó al suelo pesadamente con un ruido seco. Mmm... por mucho que salga en las películas, es muy difícil decapitar a una persona de un sólo golpe. Sin duda, los muertos, por alguna extraña razón, eran más blandos, más frágiles. ¿Un efecto secundario de la zombificación? No lo sabía, y tampoco iba a perder más tiempo, así que salí del centro comercial pensando hacía donde podría ir.

 

Por una parte podría ir hacia las afueras, buscar una montaña y esperar, intentando vivir de la caza. No, no lo haría. Al menos, no ahora, sin saber si había más gente como yo, más supervivientes. Con esta idea en la cabeza, cogí el plano y me dirigí hacia el centro de la ciudad...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 7

Cuando me recuperé de la impresión examiné el cuerpo y cogí la porra que llevaba. No creía que fuese a ser muy útil, pero era reconfortante tener un arma en las manos. Una idea me vino a la mente. Necesitaba armas. Armas de fuego o cortantes. Con ese pensamiento salí de la tienda.

Sólo encontré una tienda que pudiese tener algo que me fuese útil. Era una tienda donde vendían diversos objetos, entre ellos armas de fogueo y espadas. Por suerte, no tenía persiana metálica, aunque la puerta estaba cerrada, así que busqué algún objeto pesado para romper la puerta de cristal. Otra vez encontré como aliado a un extintor y, utilizando todas mis fuerzas, lo lancé contra la puerta. Esperaba que rebotase, pero en lugar de eso la puerta se rompió en pedacitos que se desmoronaron como granizo.

¡TRIIIIIIIIIIIIIING! ¡La alarma! No había caído en ese detalle. Un pensamiento me vino a la cabeza: ¿Los muertos escuchan? Azuzado por esta idea, me introduje con velocidad en la tienda. Empecé a buscar rápidamente con la vista objetos que me sirviesen, posándose mis ojos en las espadas. Sabía que la mayoría servían más como garrotes que como espadas, pero quizás las katanas que se exhibían pudiesen serme de más utilidad. Cogí el daisho que me parecía más aceptable (el wakizashi hasta parecía afilado) y me puse a buscar entre las armas de aire comprimido. Evidentemente no eran armas de verdad, pero al menos podrían servirme para aturdir o para dar el pego. Fui fijándome en las que parecían tener mayor potencia y al final cogí un subfusil y una escopeta, y, después de coger unos prismáticos y un machete que me até en la pantorrilla, salí de la tienda.

Una vez fuera me dirijí hacia la puerta de salida del centro comercial, pero antes vi que me esperaba una desagradable sorpresa...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 6

Un maniquí se abalanzó encima de mí. Me zafé con un giro brusco de mi cuerpo y mi agresor cayó pesadamente al suelo. Di un paso atrás mientras observaba lo que me había atacado. Parecía una mujer, por las ropas una vigilante de seguridad. Empecé a hablar, a decirlo que se tranquilizase y que sentía haber entrado. Sin embargo, algo en mi cabeza me decía que no bajase la guardia. La mujer se intentaba incorporar con movimientos lentos y rígidos, sin decir palabra alguna. Esa lentitud al moverse permitió que la observase con más atención. El pelo estaba sucio y enmarañado, y no permitía ver sus facciones. Sus manos... dios... sus manos eran azuladas. Me quedé observando esas manos mientras se levantaba. Y entonces vi su rostro.

Aquel rostro, en otro tiempo se adivinaba bello, ahora tenía la mandíbula desencajada en una horrible mueca. Su piel era del mismo tono blanco azulado de las manos y sus ojos me miraban sin brillo de inteligencia o vida. Salí de mi estupefacción cuando el ser levantó sus rígidos brazos y comenzó a avanzar. Busqué algo para defenderme y sólo encontré un extintor, que arranqué de la pared y usé, a modo de maza, golpeando la cabeza de la mujer cuando estaba a punto de alcanzarme. El ser cayó nuevamente al suelo, pero más por la fuerza que por el daño, ya que nada más caer empezó a levantarse. Agarré mi improvisada arma con más fuerza y, con un movimiento de arriba abajo en el que aproveché el peso de mi cuerpo, le golpeé con la base del extintor en la cara, escuchando un crujido muy fuerte cuando los huesos de su cara se quebraron. Ella siguió moviéndose torpemente, así que seguí aplicando toda la fuerza que podía desarrollar en la cabeza medio rota, hasta que no pude hacer más y empecé a golpearla en la cara frenéticamente, escuchando el golpeteo del extintor y los huesos rompiéndose en una especie de niebla roja que nublaba mi mente y me hacía ver todo muy lejano.

Cuando mi cabeza se despejó dejé caer el extintor y me dejé caer al suelo. Estaba sentado, mirando los pedazos de la cabeza de aquel ser...aquel zombi. ¿Estaba en medio de una película? Esto no podía estar pasando. Acababa de matar a un ser salido de una película de Romero. ¿Qué había pasado mientras estaba dormido? ¿Seguía dormido? Tras unos momentos de incertidumbre, mi mente se aclaró. Los zombis no existen, no hay muertos vivientes. Probablemente algún tipo de agente químico o biológico que había alterado a aquella mujer y por alguna razón yo era inmune. Quizás ese agente me había afectado haciéndome entrar en coma. Eso era lo lógico. Y posiblemente a otras personas no les afectó de ninguna forma o menos que a mí y fueron evacuados por el ejército. Fuera lo que fuera, lo que tenía claro es que estaba en una situación peligrosa...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 5

Las puertas de cristal estaban entreabiertas. Mirando por precaución, entré en el centro comercial a un paso más acelerado del que me hubiese gustado. Dentro no había nadie y la mayoría de las tiendas estaban cerradas, pero las más grandes permanecían abiertas, así que fui al hipermercado a buscar un callejero y, quizás, alguna cosa más.

 

Ver todo tan vacío de actividad daba miedo. Tras coger el callejero, me dirigí hacia la zona donde esperaba encontrar linternas, ya que, si bien hasta el momento parecía haber electricidad, tenía la impresión de que sólo era cuestión de tiempo que los generadores y las centrales dejasen de funcionar si, como parecía, no había gente para mantenerlas. También cogí una mochila, un par de cuadernos, en uno de los cuales estoy escribiendo ahora, unos bolígrafos, comida, una botella de agua, pilas, una cámara de fotos y toda una serie de artículos de supervivencia(cerillas, mechero, navaja, un botiquín, etc). Cuando acabé me dirigí hacia la farmacia y cogí una serie de medicamentos. Una vez pertrechado y después de comer alguna cosa, salí de allí en dirección al centro de la ciudad. Entonces vi el zapato.

 

Delante de mí había un zapato solitario... lleno de sangre. O al menos, parecía sangre. Al lado, un rastro de sangre. Me agaché y toqué la sangre. Seca. Levanté los ojos siguiendo el rastro hacia una tienda de ropa. Suspiré y, armándome de valor, me dirigí hacia allí. Entré lentamente, mirando hacia los lados. Estaba extrañamente tranquilo, aunque eso era algo que siempre me había pasado cuando estaba en medio de una situación peligrosa. Aunque claro, en ese momento no sabía nada de lo que me iba a ocurrir, pero lo intuía. Avanzaba entre la ropa y los maniquíes cuando...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 4

Era imposible. Nadie se pasa una semana durmiendo a no ser que caiga en coma. Definitivamente, aquello desafiaba toda comprensión. ¿Qué había pasado?¿Qué me había inducido en ese sueño? Y entonces... verán, siempre tuve un sentido especial, un auténtico sexto sentido, que me avisaba cuando alguien me estaba observando o cuando estaba a punto de pasarme algo violento. No era nada especial, al fin y al cabo, siempre creí que la mayoría de las personas tenían algo parecido, pero en cada persona se manifestaba de forma diferente. En mi caso era un desagradable escalofrío, justo como el que me estaba recorriendo ahora la espalda en dirección al cuello, haciendo temblar mi cuerpo. Mi cuerpo se tensó y, lentamente, me di la vuelta...

 

No había nadie. ¿Me estaba volviendo paranoico? Probablemente. La situación desde luego era para volverse. De repente, una sombra se movió por el rabillo de mi ojo derecho. Me giré y... nada. Joder, algo se había movido, pero no lo había visto. Agucé el oído y no escuché nada, sólo la lluvia y mi respiración entrecortada. La tensión me había fatigado. Un momento... ¿eso era una pisada? Sí, y ahora otra. Algo se movía por la zona donde miraba, aunque aun no veía nada. Quizás por detrás de la esquina.

 

Sin esperarme a ver que salía, me fui corriendo por la calle en sentido contrario. Escuchando el chapotear de mis pasos, me quité las gafas para poder ver y giré por la primera calle que encontré, en dirección a la M-30. Una vez allí decidí ir al centro comercial, para buscar un callejero con el que orientarme en una ciudad en la que era relativamente nuevo. Si tenía suerte tendría las puertas abiertas y podría entrar, sino romper los cristales sería más fácil que romper un cierre blindado como el que me encontraría en cualquier otra tienda. Seguí corriendo hasta que lo vi, y entonces reduje el ritmo mientras me acercaba...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 3

Estaba en la calle, que seguía de ese color gris tan característico de la antesala a las tormentas. Chispeaba gotas finas, gotas que se amontonaban en mis gafas dificultándome la visión mientras corría calle arriba en dirección a la carretera de la playa. La calle seguía desierta, y eso no hizo más que aumentar mi desasosiego.

Llegué a la carretera, y me encontré con un panorama de película apocalíptica. Los pocos coches que había estaban parados, sin tener las puertas abiertas ni muestras de haber chocado, solamente estaban ahí, parados, como aparcados en medio de la carretera. Me acerqué con precaución al coche más cercano y miré dentro. Nada. No había nada ni nadie. Mirando hacia los lados, intenté entrar en el coche y comprobé que estaba abierto. Abierto y con las llaves puestas en el contacto. Examiné el coche, intentando buscar no sabía que, y cuando me di por vencido me senté en el asiento del conductor e intenté arrancarlo. Nada. Giraba la llave y no hacia contacto; de hecho ni siquiera sonaba ese sonido característico del motor de contacto.

Después de un rato pensando en nada sentado en aquel coche inútil, salí y me dirigí, está vez lentamente, como hechizado por lo que estaba viendo y viviendo, hacía mi objetivo, la casa de mi novia. Así, seguí caminando entre los pocos coches y vi un autobús, vacío como el resto, y calles sin gente...

¡CRASHOOOM! El sonido de un trueno me hizo despertar, asustado, de la nube en la que estaba. Empezó a llover con más fuerza, y aceleré el paso. Cuando por fin llegué al edificio, llamé al interfono, consciente de que no iba a recibir ninguna respuesta. Al otro lado no contestaba nadie. Llamé un par de veces más antes de darme por vencido. Volví a mirar mi móvil y entonces me di cuenta...una semana. Había pasado una semana durmiendo...

Un Día Cualquiera -- Capítulo 2

Nieve. Clicaba insistentemente en la barra que pasaba de un canal a otro pero sólo había la nieve característica de cuando no se recibe señal alguna. Volví a mirar el móvil, nervioso, que seguía sin cobertura. Un escalofrío recorrió mi columna hasta la base del cráneo ¿Qué cojones estaba pasando? En ese momento escuche un sonido. Al principio no supe identificarlo, pero parecía salir de la habitación de Pedro, uno de mis compañeros de piso. Era un sonido insistente como… como… ¿a qué me recordaba? Me levanté lentamente de la silla, evitando hacer ruido, mientras con mi mano izquierda apretaba, por un acto puramente reflejo, el ALT F4 que apagaría el ordenador. Confirmando la acción con el INTRO, escuchando otra vez el ruido, salí de mi habitación con todos los sentidos alerta. Es curioso como nos ponemos alerta cuando algo nos estremece, desarrollando una capacidad sensitiva extraordinaria que en condiciones normales no tenemos. Gracias a esto identifique enseguida el sonido que antes se me resistía.

Era un golpe no demasiado fuerte, seguido de una especie de ¿rasgadura? Me acerqué con precaución a la puerta… ¡pum!¡rrrrrrrrrs! Retrocedí un poco precipitadamente, golpeando con mi espalda al armario empotrado del pasillo…¡PUM!¡RRRRRRRS! El golpe sonó más fuerte, y la rasgadura parecía hecha con más fuerza. Armándome de valor me acerqué otra vez a la puerta y susurré - ¿Pasa algo?¿Necesitas ayuda?- De repente se pararon los ruidos.

¡¡CRASH!! El sonido de la tabla de la puerta astillándose por la parte que daba a la habitación hizo que se apoderase de mí un miedo irracional. No esperé ni al siguiente golpe ni a respuesta alguna y, después de cerrar mi habitación de un portazo, salí corriendo de aquella casa totalmente aterrorizado. Y en mi mente un pensamiento, ir a casa de mi media naranja…

Capítulo Cero

Era un día aburrido, un martes, día intrascendente cuyo único mérito es ser el segundo de la semana. Sumido en mis pensamientos, caminaba sin prisa pero sin pausa hacia la boca del metro. El mundo, a través del cristal de mis gafas, era del color gris del amanecer nublado.

Por la calle sólo había un borracho, al otro lado de la calle, que se golpeaba suavemente contra la pared, mientras avanzaba lentamente. No le presté más atención y bajé las escaleras hacia la cueva artificial que siempre te recibía con una bocanada de aire caliente, como una entrada al infierno, en este caso urbano.

Saqué el libro que estaba leyendo de mi bolsa, uno intrascendente que hablaba sobre las virtudes y defectos de los actores, contado en clave de humor, y, después de ticar en los tornos, me dirigí hacia el andén distraídamente, leyendo como Robert Downey Jr tuvo su primer escarceo con la droga a los 4 años. Concentrado como estaba, no me di cuenta de que el metro se retrasaba, hasta que por fin levanté los ojos y de la vida y milagros de Steve Buscemi pase a la pantalla de mi móvil para revisar la hora. ¿Las 9:00? No era posible. Llevaba una hora en el andén y no había venido ningún tren. Y tampoco habían anunciado nada por el megáfono. Mmm... ¿Y la gente? No había nadie. En una hora nadie había bajado. ¿Una huelga de la que no me había enterado? ¿O algo más? Con estos pensamientos en mi cabeza, me levanté del banco y empecé a subir la escalera hacia el exterior...

(Continuará)